Ansiedad, del latín anxietas, significa angustia, aflicción. Sentir ansiedad de forma ocasional puede ser normal en ciertos momentos de la vida. Sin embargo, se considera un trastorno de ansiedad cuando ésta es desproporcionada o mantenida en el tiempo (por lo menos seis meses) y puede empeorar cuando no se trata.

La ansiedad puede ser un trastorno en sí mismo (trastorno de ansiedad generalizada) o bien un síntoma asociado a otros trastornos (fobias, trastorno obsesivo – compulsivo, depresión…).

Los síntomas más habituales que nos ayudan a identificar un ataque de ansiedad son: palpitaciones, sensación de taquicardia, sudoración, sensación de ahogo (estos cuatro síntomas son los que primero aparecen), pulso acelerado, dificultad para respirar, opresión en el tórax, temblores, sofocos… Algunas personas que han sufrido este tipo de episodios manifiestan que creían que iban a desmayarse o tienen miedo a morir. Algunos incluso sienten cierta sensación de “despersonalización” (sensación de estar fuera de uno mismo). Lo que une a todos los que lo padecen es una sensación de pérdida de control.

A pesar de que comparte algunos síntomas con el miedo o el estrés, con la ansiedad no se identifica el objeto que lo desencadena y suele percibirse como una amenaza interna. A veces, simplemente, aparece. Es por esto por lo que una persona puede padecer un ataque de ansiedad haciendo la compra, conduciendo o cenando con unos amigos.

Si estas situaciones ocurren, es importante acudir a un psicólogo que nos ayude en la búsqueda del origen de la ansiedad, así como nos proporcione herramientas para controlarla. Las técnicas de relajación, el mindfulness o la práctica regular de deporte demuestran una mejoría considerable de los síntomas, siempre siendo asesorados por un profesional.